Definir la palabra "amor" ha sido uno de los grandes retos de la humanidad, ya que este concepto es sumamente amplio, el cual tiene diferentes matices y múltiples significados; se puede experimentar en diversos escenarios y en distintas intensidades. Así que debemos de empezar por entender que el amor es ese sentimiento positivo que los seres humanos experimentamos hacia algo o alguien.
Lo podemos experimentar hacia nuestra familia, nuestro trabajo, nuestras amistades, una deidad, la profesión u oficio; aunque generalmente reducimos el amor a algo romántico, es decir nos han inculcado tanto la importancia de elegir una pareja "adecuada" para amarla, respetarla, cuidarla, valorarla, para poder alcanzar la felicidad y la plenitud, que nos olvidamos de empezar por nosotros mismos.
Antes de amar a otra persona primero debemos amarnos a nosotros mismos.
Pero para poder ofrecer todo eso bueno a los demás, debemos empezar por amarnos, aceptarnos, respetarnos, darnos el valor que merecemos, reconciliarnos con nuestro pasado, resignificar la idea de que tenemos de nosotros mismos para después poder trasmitírselo a los demás; por esta razón quiero que nos centremos en ese amor que viene desde nuestro interior.
El amor propio es un constructo que se va formando con el paso del tiempo. Este concepto va madurando conforme vamos creciendo y aprendiendo, podría decirse que es el reflejo de lo que hemo vivido, escuchado y asumido sobre nosotros mismos, sobre nuestra imagen, nuestras habilidades, capacidades, cualidades y por supuesto nuestros defectos y limitaciones.
De esta manera nuestra autoimagen se va distorsionando y nos vamos limitando a conocernos a trasvés de la opinión de los demás, nos medimos a partir de estándares de belleza que muchas veces resultan absurdos, vamos minimizando nuestra propia valía y creando una imagen errada sobre nosotros.
Y aunque es inevitable no crearnos a partir de nuestro entorno, si podemos recobrar el control sobre nuestra autopercepción, es decir lo que pensamos y sentimos con respecto a:
Nuestro aspecto físico. Es empezar a amar nuestra imagen, nuestras facciones, cicatrices, arrugas, pegas, etc. aceptando y respetando todo nuestro cuerpo. Es verlo desde el amor y con amor cuidarlo para llevarlo a la transformación que deseamos, sin sobre exigirle, simplemente respetando nuestro propio proceso.
Nuestra forma de pensar. Es validar nuestras ideas, creer en nuestra capacidad para razonar y procesar lo que nos sucede; pero también es trabajar por reestructurar todas esas ideas y prejuicios que por mucho tiempo nos han dañado.
Nuestras emociones. Es reconocernos capaces de expresar todas las emociones con libertad, sin miedo y sin culpa a sentir, tratando siempre de hacerlo asertivamente.
Nuestra conductas. Es cierto que somos lo que hacemos pero también lo que dejamos de hacer, por eso es importante aprender a hacernos responsables de cada acción y decisión que tomamos.
Nuestras habilidades. Es reconocer que todos tenemos habilidades diferentes que nos hacen únicos y especiales, por lo tanto no necesitamos ser como los demás, sino ser la mejor versión de nosotros mismos.
Nuestra energía. Todo lo que somos, lo que experimentamos y la manera en que lo procesamos es lo que nos da nuestra energía que a su vez nos da la luz para brillar en la intensidad que nosotros deseemos.
El amor propio depende de nuestra voluntad para querernos.
Amor propio no es ignorar nuestros defectos, es aceptarlos como propios y trabajar en ellos todos los días a partir de nuestros puntos fuertes. De esta manera cuando logremos reconciliarnos con la idea que tenemos sobre nosotros, cuando entendamos que mucho de lo que creemos que somos es lo que los demás nos han hecho creer, entonces estaremos listos para construir un nuevo autoconcepto, a partir de algo más real y consiente, estando en equilibrio con nuestro ser. Todo esto se reflejará en una sensación de bienestar y plenitud que experimentaremos.
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